21/10/11 - El mejor sacrificio (1 Samuel 15:22)

El Rey Saúl fue el primer rey de Israel, si bien Dios no creía que Israel necesitará un rey, ellos le insistieron tanto a través de Samuel, su profeta, que Dios decidió concederles esa petición.

Sin embargo Saúl no fue un buen rey y constantemente pecaba y desobedecía contra Dios y su mandato. En cierta ocasión, Jehová manda a Saul a destruir POR COMPLETO a los Amalecitas (un pueblo enemigo de Israel); sin embargo, Saúl decide desobedecer a Dios y no destruir todo sino quedarse con una parte del mejor ganado y otras cosas que podían serle de utilidad. Cuando Samuel va, de parte de Dios y le pregunta el motivo de su desobediencia, Saúl le miente diciendo que habían guardado las mejores ovejas para entregarlas en sacrificio a Jehová.

Por supuesto que a Dios, no le gusto esto y vamos a ver la respuesta que le da a Saúl, a través del profeta Samuel, por su desobediencia:

"Samuel respondió: «¿Qué le agrada más al SEÑOR: que se le ofrezcan holocaustos y sacrificios, o que se obedezca lo que él dice? El obedecer vale más que el sacrificio, y el prestar atención, más que la grasa de carneros."

En esa época era muy común realizar sacrificios a Dios, y si bien esto no era malo, para Dios no hay mejor sacrificio de parte de sus hijos que la obediencia.

Muchas veces nos involucramos en ministerios, nos levantamos temprano para hacer el devocional, oramos de rodillas, ayunamos y sin embargo durante la semana, desobedecemos a Dios haciendo lo que no le agrada.

Lo que a Dios realmente le interesa y le agrada es que le obedezcamos en las pequeñas cosas y no tanto haciendo grandes sacrificios o involucrándonos en grandes ministerios, de hecho, de nada sirve nuestro mejor servicio a Dios si nuestra vida no es una vida de obediencia a su palabra.

Hermano, te ánimo a que puedas buscar obedecer a Dios y entender que para él, esto es sumamente agradable, mas que cualquier otro tipo de sacrificio. Obedece sus mandamientos y vas a ver como él va a prosperar todos tus caminos (Josué 1.8)

¡Que Dios te bendiga!

por Eric Monetti